Compartimos en esta oportunidad la experiencia de José Justiniano, un encarcelado cuya confusión inicial, y el camino de desesperanza al que se dirigía,
fue revertido por su admirable fuerza de voluntad, y la irreductible convicción de quienes le rodearon en aquel difícil Momento.
Le conocimos en el Centro Penitenciario de Alcalá de Henares, al inicio de su reclusión, cuando aún se encontraba en condición de preventivo, y fue su interés por la música lo que nos permitió encontrarnos. Ya sea por un genuino interés en participar de estos talleres, o por la simple excusa de salir un rato de la celda, esta modalidad suele actuar como puente para empezar a construir una empatía con aquellos que, por su propia condición, se muestran reticentes al contacto con extraños.
José recordó aquellos momentos, cuando “hallándome muy abatido, desilusionado y desesperanzado, los días se sucedían largos y acababan en noches eternas en las que sólo conciliaba el sueño vencido por el cansancio, por haber pasado en vela las anteriores, envuelto en mis pensamientos, pues aun era incapaz de asimilar la situación en que me encontraba. Yo me mostraba reacio a relacionarme con personas ajenas a mi familia, a los pocos amigos que me visitaban, pero necesitaba con urgencia hacer algo que me mantuviese ocupado y fue cuando descubrí, mejor dicho me hicieron saber sobre un taller que allí se impartía, era un taller de guitarra, yo siempre había tenido ganas de aprender a tocar la guitarra y no había tenido la oportunidad hasta ese momento. Era perfecto, aprendía algo que siempre había anhelado y ocupaba mi tiempo, y así no quedaba tan absorto en mis pensamientos que podían hacer que un día me derrumbase. Pero allí encontré otras cosas, algo mucho más valioso (…) a partir de allí mi internamiento fue mucho más llevadero (…) para mí era muy importante tener cerca a los voluntarios de CONCAES, alguien con quién hablar y compartir tan buenos momentos, realmente puedo decir que gracias a ellos pude sentirme libre y disfrutar de la vida que Dios nos ha dado; así me sentí estando en prisión, y eso es lo maravilloso”.
Su cambio de establecimiento dificultó el contacto, pero mantuvimos la correspondencia escrita, e incluso algunos de nuestros compañeros visitaron a la familia, ayudando con alimentos ante su precaria situación económica; sin embargo, fue un sencillo regalo sorpresa para su hija lo que impregnó el recuerdo. “¡¡Que felicidad!! Ella tuvo su regalo llena de emoción, y yo (…) obtuve un regalo más grande aún si cabe esperar, pues para un padre, que mejor regalo que la felicidad de su pequeña a quien tanto quiere (…) No se expresar con palabras lo que mi corazón siente al recordar lo aquí escrito”.
Al momento de escribir esta carta, José ya accede a salidas transitorias donde disfruta a sus seres queridos, evitando “aquel lugar tan gélido en todos sus aspectos”. Su caso es un ejemplo de resiliencia, y abriga esperanzas de que es posible cambiar, si se cuenta con un apoyo solidario. En ocasiones, un simple agradecimiento basta para renovar la energía de nuestros incansables compañeros.
“Muchas gracias por estar a mi lado durante todo este tiempo, desde que empezó lo que creía la mayor de mis desgracias, hasta el día de hoy. Gracias por alegrar mi corazón y el de mi familia, gracias por vuestra ayuda. Gracias a vosotros creció mi fe, y volvió la esperanza a mi vida, me enseñasteis el buen camino a seguir y gracias a vosotros los seguiré. ¡¡Un fuerte abrazo!!
Atte. J. Gabriel Justiniano Herrera